Cuando el quejido de una rama seca trono rompiendo el silencio medroso. Rogaba que su oído fuera traicionero y que su coraje fuera mermado por el razonamiento. Por un instante mi piel se puso fría y un calambre recorrió mi cuerpo. Ávido de un momento impávido y tranquilo.
Sus pasos continuaron por el mismo sendero empedrado de yerbas muertas y árboles secos de un otoño asolado. Aplastando una y otra vez la hojarasca perdida y solitaria. El fuerte y molesto olor a cigarro parecía impregnarse poco a poco a mi alma ingenua. El humo blanco y suave subía por el aire, un humo invisible que corría directo a mis fosas nasales. Imposible movimiento alguno que revelara mi posición incomoda y temerosa. Mis manos húmedas que aprisionaban el ramaje abúlico, endeble y en decadencia trataban de sostenerse y de no fallar. No esta vez. Cada esfuerzo parece el último y el único. Ya no se que hacer. Toda la tarde en esta posición tan incomoda e insoportable. Trato de controlar mis nervios, el miedo y esas piernas trémulas que parecen delatarme. La oscuridad se acerca y mi visibilidad es escasa. La silueta que me acecha parece no rendirse. El miedo me hace ver sombras por todos lados, sombras que no se de donde provengan ya que ni la luz de la luna se ha hecho presente y donde el cielo nublado veda su existencia momentánea. Puedo oler su odio y su deseo de mi alma. Un ánima que se encuentra aun en el purgatorio penando y tratando sanar.
“Ni el viento nocturno impedirá el placer carnal que siento” Eso fue lo último que alcancé a escuchar. Ombligo al aire, cabellos sueltos, cuerpo húmedo y semi desnudo. Con un movimiento brusco trato de impedirlo, pero su fuerza fue más poderosa. La hizo a un lado de un golpe. Lo único que ella pudo hacer fue mitigar su caída. Mientras las lagrimas avanzaban por sus mejillas coloradas, yo avanzaba despavorido. A la distancia escuchaba sus gritos como susurros, unas palabras salieron de sus labios carnosos y de su aliento casi inconsolable, algo que no pude comprender. En ese instante no importaba. Corrí a toda velocidad sin siquiera voltear. Deseaba que esto fuera solo un sueño, uno como el de esta mañana. Placentero y lujurioso. Tan real como este instante. Después de un rato de carrera, confiaba en que mi espalda siguiera conmigo. La tierra floja provocaba que el camino se llenara de polvo. Esa polvareda que aumentaba. Mi visión era casi nula y mi temor por ser alcanzado crecía mucho más rápido. La tierra caliente caía en mi boca y ni mi aliento la podía detener.
Todo paso tan rápido. Trato de recordarlo, pero es imposible. El miedo es capaz de borrar momentos en la vida. No se como llegue hasta aquí. Un árbol tan longevo como la eternidad. Un nuevo instante. El mismo temor. Una fuerza escondida que salio de la nada. Aun con la respiración agitada. Ni la oscuridad de la noche lo obliga a marcharse. No descansara hasta obtener lo que lleva saboreando por varia horas. Cuatro o cinco horas de constante asecho. Anhela mi sangre goteando en su boca. Masticar mis huesos uno por uno. Tortura flemática. Sorber hasta el último secreto con sus labios y sus pecados. No dejar rastro de mi humilde existencia. Cometer barbarie sin pudor y sin rencor. Raciocinio ficticio. Escarnio demencial. Gozo personal. Sentimiento de culpa.
La inmovilidad de mis piernas, el sufrimiento de un insoportable dolor. Las corvas acalambradas, mis rodillas a punto de quebrarse. Todo se ha vuelto en un infierno eterno. Aun con la luna oculta, puedo sentir los rayos de luz blanca y apacible. Las lagrimas se combinan con las gotas de sudor frió.
“…a los caballos aliméntalos por la tarde, la digestión es mejor a la luz de la tarde y con la cercanía del ocaso” El patrón me lo recuerda a diario. Ellos deberían de saberlo. Todos los días y a la misma hora voy al establo. Tan solo con la libre intención de cumplir mis deberes. Aunque mi vida es cotidiana y aburrida, es así como me gusta. Estaba a gusto de esa manera y no anhelaba ningún cambio. Porque esa tarde tenia que ser diferente: Al llegar a la entrada note que la puerta estaba abierta, pero no le di importancia, casualmente el patrón o alguno de sus hijos la dejan abierta, a pesar de que saben que me molesta mucho. “…los animales se ponen inquietos con el ruido y el humo de los autos” Se los repito a cada momento.
La silueta de su cuerpo desnudo se movía de un lado a otro, sus gemidos silenciosos penetraban en mi cabeza. De sus cabellos lacios corrían pequeñas gotas de sudor que pasaban a su espalda desnuda. El movimiento hacia que esos pechos grandes y hermosos se movieran de un lado a otro. La belleza imponente de su cuerpo desnudo a contraluz provoco que yo quedara inmóvil. Mi cuerpo sentía su belleza. Por un momento todo fue calor intenso. Unas manos cubrían su cuerpo, la tocaban como una suave seda. Las caricias de placer contagiaron mi cuerpo que comenzó a sudar. El momento de clímax se aproximaba y yo era testigo. El hombre la tumbo al piso y Sara lanzo un gran grito de placer sin importar que su padre la escuchara. Nadie más existía, solo ella y su hombre que la poseía.
Mi cuerpo sintió un frió intenso que llego de golpe, un escalofríos que invadió mi cuerpo de pies a cabeza cuando pude reconocer a aquel hombre que gozaba, acariciaba y besaba a la hija del patrón. Era Raúl, su hermano.
Lamentar la situación seria en vano. Ahora que se acerca la media noche puedo notar un poco de desesperación en los pasos de Raúl. Su odio se va agotando y la resignación se acerca. Eso espero que ya no se cuanto tiempo mas aguantare en esta posición tan incomoda.
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